Estimado cliente:
Con la presente tengo el deber, como directora suya, de comunicarle que, a causa del calentamiento global y del mío propio, mis dedos están un poco resbaladizos y temblorosos, pero como soy mujer puedo hacer dos cosas a la vez, teclear y tocarme. Lo cierto es que preferiría ser mordida sutilmente por usted en este momento en el que me encuentro rodeada de una marabunta de usuarios ávidos de créditos. Sería en modo dicotómico, despacito y fuerte, fuerte y despacito, con la mirada lasciva, lo justo para que mis pezones se pusieran tan tiesos como ese manjar que hay entre sus piernas. Y después…después de cuatro lametones morbosos me tomaría un café, que usted ya bien sabe, estimado cliente, me gusta solo, aunque esta vez le añadiría una buena chorrada de leche, eso sí, recogida directa del envase a mi boca, para no perder propiedades y que el sabor fuera más intenso. No sale a la primera, lo sé, pero tranquilo, no hace falta que usted haga nada, el banco está a su disposición, ya haría yo por obtener mi tesoro, agitando fervorosamente. Adentro, afuera, adentro, afuera, muy suave, con mi lengua y labios envolviendo eso que va creciendo más y más, estimulándolo y preparando el terreno para que no se derrame ni una gota, succionando rápido y rápido, al ritmo de mi ansioso cuerpo, hasta que…uy, qué delicia, tan rico que no hace falta ni azúcar. Y una vez tomado ese jugoso café, con su ración correspondiente de proteína, habría que descansar un poco, lo justo para recuperarse y seguir, seguir montando, que siempre es bueno para el cuerpo. Que mi trabajo no le engañe, fui progre en mi época, así que, ¡viva lo progre y viva Paco Ibáñez!, ése que cantaba “a cabalgar, a cabalgar…”, que es lo que haríamos. Se empieza suave, calentando los músculos, no nos de un tirón, y luego, por inercia y deseo, se va acelerando, tanto que llega un momento en el que no sabes a dónde vas ni dónde estás…bueno, sí, yo se lo digo, estimado cliente, en las nubes de tanto correrme. Además, me siento circense y atrevida, me pondré de espaldas para que se vea bien mi trasero (mi culo, dejémonos de ñoñeces) mientras sigo dándole tan rápido que ganaría al mismísimo Usain Bolt. Viva también Jamaica, qué leches…las que me gustaría que recorrieran cuando eclosionara su miembro (polla, afuera ñoñeces de nuevo) igual que un geiser islandés de nombre impronunciable, metiéndose por el canalillo de ese culo que espera impaciente su turno.
Perdón por esta breve pausa que usted no habrá notado pero que sí se ha producido, y en la que algo, sólo algo, me he aliviado. Ahora mis manos huelen al jabón hospitalario que mandan a la oficina en garrafas de 5 litros. Hay que ser higiénicos, y más en el trabajo (sexo). Después de la tormenta viene la calma, y como no fumo, necesitaría rematar con unos toqueteos mimosos el pelo de su cabeza, los dedos de sus pies, los granos de su espalda, la cera de sus orejas (ahí con lengüecilla incluida), y en general, cualquier poro de su piel. Advierto, hasta límites de mosca cojonera o de niña repelente, lo sé, acepto estoicamente la venganza de los ronquidos nocturnos e incluso algún azote cochino en el trasiego de la cópula.
Sin más, rogamos, ruego, se persone en nuestra sucursal, fuera de horario, obviamente, y en la mayor brevedad posible, para que ingrese (penetre) la cantidad suficiente y se resuelva cuanto antes este descubierto (de ropa y piernas). Si no, aténgase a pagar los intereses de demora.
Húmedamente suya…
La directora (cachonda a más no poder)
Autor: Elena Navarro
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